martes, 28 de agosto de 2007

Los Muros

Una comunidad pluralista tiene que propender a formar a sus miembros en el recíproco conocimiento, y de ese modo, se miren y comprendan sus diferencias. Que las acepten.
Si se construyen muros, se separa, o por lo menos se ignora. Se excluye; y hasta se elimina. Caín asesina por envidia a su hermano Abel; Rómulo hace lo mismo con Rémulo por traspasar el surco que trazaba los límites de la naciente Roma…
Las escuelas, las distintos medios de información, los gobiernos, las instituciones de servicios, etc., deberían abrir todas las puertas para que se construya la concordia y la paz, para que cada persona, cada sector de la comunidad, cada una de las creencias, las distintas etnias, puedan encontrar ámbitos para expresarse. Si sabemos quiénes y cómo son los otros, y los otros saben cómo y quiénes somos nosotros, en mérito a la tolerancia, se multiplicarán las posibilidades de la convivencia armónica. Y, ¿por qué no, llegar a amar a los que son distintos? No a la discriminación; no a los privilegios. En fin: en lugar de establecer cómo deben ser llamados los otros, debemos dejar que esos otros resuelvan cómo desean ser llamados. ¿No sería un modo de erradicar las insolencias y las provocaciones?
Todo esto va en consideración al tema que de tanto en tanto emerge a la superficie en nuestra comunidad: ¿El Canal Cooperativo STV 2 local, debe estar cerrado o abierto a las expresiones religiosas?
En sus Principios se establece que el Cooperativismo no debe tener una religión “oficial”. En efecto, y debe ser así por cuanto todos los miembros socios- que comparten esta corporación, responden a diversas confesiones, y los hay que no responden a ninguna, todo lo cual está legitimado por y para el ejercicio la libertad. Pero, que la Cooperativa sea prescindente de los distintos caminos cristianos, de los judíos, de los agnósticos, de los escépticos, de los ateos, ¿quiere decir que su Canal STV 2, no brinde espacios para todas puedan decir lo suyo, por supuesto, sin integrismos? ¿Si todo lo que hace a lo humano puede tener escenario en el Canal, podemos amordazar este aspecto que nos ocupa y que hace a una esencial condición del hombre? ¿No es la pantalla de la TV una magnífica ventana por la cual podremos asomarnos para descubrir a los demás y que los demás nos descubran a nosotros y conquistar así el respeto recíproco? ¿No sería una eficaz topadora que destruye muros?
El fundamentalismo es letal cuando se lo quiere trasladar, en sus fanatismos, desde la esfera de lo personal o grupal, para imponerlo ya con sutiles manipuleos, ya con extremismos, en los otros. Cuando con el estereotipado “yo soy así” invado a los demás y éstos tienen que bancarse mi tiranía, me convierto en fundamentalista. Ojo, que no todos los fundamentalismos son religiosos, aunque estos sean los peores; no sólo son fundamentalismos los que exhiben los medios: los hay también en pequeñísimas instituciones y repetidamente de persona a persona. No pocas veces los verticalismos suelen ser fundamentalistas. Pero atención: si los principios y convicciones comprometen espontánea y voluntariamente tan sólo a la propia persona, o comprometen solamente al propio grupo o sector, sin avasallamientos, el fundamentalismo resulta tolerable y tolerante.
Pero en cambio cuando una política, una ideología o una religión, una entidad, o lo que fuere, por distintos procedimientos es convertido en un arquetipo a imponer a los demás, se cae en el integrismo. Este integrismo es por ende intolerante y totalitario. Mi paradigma, nuestro paradigma, ¿puede ser la exclusiva opción que tienen los demás?
El Canal Cooperativo, en virtud de la esencia del cooperativismo ¿no debería entonces, remitirse a no permitir que se escondan las diferencias, los usos y costumbres, sino a encaminar a que se alumbre una visión plena de los demás para que se alcance comprensión y aceptación de las diversidades? Negar esta posibilidad, ¿no podría significar un fundamentalismo por omisión y a caer en un integrismo que con desenmascarado sigilo construye murallas? ¿Qué regla, qué norma, qué código se violenta si permite que los socios (y los no socios en su calidad no solo de espectadores pasivos) se muestren con sus convicciones? ¿No podría redundar alguna a vez, por descuido, en prevaricación, es decir, en “abusar del poder, transgrediendo lo lícito, para obtener ventajas de unos en contra de otros”?
Por supuesto todo esto que decimos, no tiene el carácter del dictado de una certeza; es sí, una invitación a la reflexión. Y si se hubiera logrado instalar la duda, sería alentador: nos encontraríamos ante un feliz comienzo gracias al cual sería posible ensayar, aún con el riesgo del error; “… un experimento que ha salido mal no es un fracaso, sino que es tan válido como una experimento que ha salido bien, porque prueba que el camino que se está recorriendo es equivocado y que hay que corregir o incluso comenzar desde el principio” ( Umberto Eco).