
El lector quizás nos dirá, al terminar la lectura de estos párrafos, que son otra vuelta de tuerca sobre lo dicho otras veces; es cierto. Pero por nuestra parte podemos adelantar lo siguiente: habrá más ajustes y esto mientras no se termine la rosca de este tornillo, de esta historia, porque siempre ésa será la herramienta que nos permitirá avanzar más hacia una ajustada verdad.
El título de esta columna recuerda el bíblico relato de Caín y Abel que se registra en el Génesis (4, 1-15). Las improntas religiosas del mismo, trágicas y aleccionadoras, no nos detendrán esta vez; iremos a aquella que quizás está en cierta manera velada, como se da a menudo en una narración “… de tonalidad mítica” (L. A. Schökel).
La rivalidad entre los dos personajes contrasta dos formas de vida: la pastoril y la del agricultor. Hecho que es muy general, universal, tanto que da extensa materia de estudio a los mitólogos, a los antropólogos, a los sociólogos, a los etnólogos. Y a los historiadores. Y a los literatos. Recuérdese que en nuestro poema nacional, el Martín Fierro, el gaucho es el semi nómade dedicado a los quehaceres pastoriles, receloso del “gringo”, el inmigrante, que labraba la tierra usurpándosela.
SI ES LÍCITO COMPARAR LOS GRANDES SUCESOS CON LOS PEQUEÑOS… (Ovidio)
Lo que antecede ilustra, y por eso profundizamos, lo que se ha escrito por distintas plumas ya más de una vez, acerca de los orígenes de Las Varillas. Se le han señalado dos colonizaciones: la primera la criolla, la del ganado, es decir, del pastor -Abel-; la segunda, la gringa, la de la labranza de la tierra -Caín-. Sólo que en este devenir local, las temporalidades de Caín y Abel, como se ve, no son simultáneas. Y sobre todo que entre ellas, después al considerárselas, no se le señalaron mayores rencores y a ninguna se la caratuló de propicia o desfavorecida, (es decir: bendecida o maldecida).
(Y atención: esto de la precursora colonización criolla en el nacimiento de Las Varillas, no es una hipótesis a probar, sino un hecho histórico).
Pero así como en nuestro país hemos tenido un tipo de literatura que fue el instrumento para sostener, manipulando, distorsionando, una forma de nación, una forma de estado, en Las Varillas hubo la producción de una seudo historia con el objetivo de otorgarle otro origen. Y aquí entre nosotros, esta vez promocionando a un Caín- el labrador-, se quiso ignorar y que se olvidara al precursor Abel -el pastor-; no matarlo, porque el homicidio necesariamente conlleva aceptar que un semejante ha existido. Con el olvido, la sin memoria de alguien, se quiere imponer que porque no tiene historia escrita, no existió. En el relato bíblico Caín es desterrado; entre nosotros, es al pastor Abel, al criollo, al que se excluyó (desterró) de nuestra historia.
Porque desde algunas concepciones ideológicas, políticas, etnológicas, quizás también religiosas, (¿acaso también dinásticas?) convenía sostener esto y renegar de aquello. Y alguna mirada parcial y para nada inocente de la realidad, extra histórica, fue presentada como verdad absoluta. Se inventó, entonces, con derecho de autor, un arquetipo, un mito, como un escudo para brindar protección a particulares intereses.
Admitimos que es pertinente que los varillenses podamos ir a la colonización gringa, pero siempre a sabiendas de que provenimos de la colonización criolla.
Mármol, Echeverría, Alberdi y Sarmiento, desde el mesianismo racista y utópico de la generación del 37 (1837), distante del pueblo, sostuvieron un orden de nación elitista, que menospreció al aborigen (de quien Sarmiento en 1883, en Conflicto y armonías de razas en América, escribió: “Bajo el punto de vista intelectual los salvajes son más o menos estúpidos…)”, al mestizo (“… irremediablemente inferiores.” Idem), al gaucho, al criollo, a lo español. Unos mirando a Francia, otros a Estados Unidos, todos en nombre del progreso, de la civilización.
Pero lo malo de esta concepción es que no murió con ellos; tuvo sus herederos, como el contradictorio Leopoldo Lugones, el J.L. Borges doméstico…; los amos de la Década Infame…
Aquí, entre nosotros, en Las Varillas, también otros herederos, en nombre de un sospechoso revisionismo, excluyentemente miraron a los agricultores, al tren, al loteo, a la calle, al boliche, al alambrado, al arado, al surco, al trigal, al pozo. Y lo que fue el acontecer previo, el arriero, el monte, los pajonales, la picada, el callejón, el rancho, el corral de palo a pique, la chacra, la estancia, la laguna, el rodeo de vacas bayas del período pastoril, como precaución ni siquiera se lo negó (¿porque eran la barbarie?), quizás a sabiendas de que la negación hubiera sido reconocerlos, promoverlos. Además porque nombrarlos, por la resonancia de sus apellidos, sería recordar a España, a la que la Generación del 37 reprobó por su poder colonial, por su atraso, por su mestizaje con los aborígenes, por su cristianismo -que había desprestigiado Voltaire-.
Como ha sucedido muchas veces, el intento de refundar Las Varillas estuvo dirigido a abolir la Historia por una historia al servicio de otras causas. Solo algunos pocos saben que Medardo Alvarez Luque fue lomonegro, (epíteto con que el Radicalismo se refería a los conservadores).
Lisandro de la Torre había participado con Alem en la conformación de la U.C.R. en 1891. Después por profundas diferencias con la política de Hipólito Irigoyen, se escinde y funda en 1914 el Partido Demócrata Progresista. De la Torre, lejos del ideario de Echeverría, Mármol, Alberdi y Sarmiento, ponía su fe en la capacidad del pueblo para gobernarse: “Yo creo exclusivamente en el gobierno de la opinión pública”, escribió.
Entre sus muchas y audaces acciones, se debe recordar que promovió la adquisición de tierras del estado para distribuirlas entre pequeños y medianos productores, política a la que se adhiere como legislador Medardo Alvarez Luque, demócrata, como consta en los diarios de sesiones de la Legislatura en la ciudad de Córdoba.
Después, por avatares del acontecer político, sectores del Partido Demócrata se vuelcan al Peronismo, dándole el Vicepresidente Vicente Solano Lima a Héctor Cámpora. Pecado que por proyección muchos “justos” no quisieron perdonar: ni al Partido Demócrata, ni, extemporáneamente, a M. Alvarez Luque. A tal extremo que se intentó, en vano, quitarle el merecimiento de ser el fundador de Las Varillas.
Si su militancia hubiera sido otra, quizás esos “justos” no le hubieran retaceado el reconocimiento y Caín le hubiera brindado su abrazo a Abel.
En fin: siempre se está a tiempo.
Para terminar: no queremos caer en la soberbia de creer que somos nosotros los que hemos descubierto esto acerca de lo cual hemos escrito. No; lo hemos escuchado muchas veces, sólo que pronunciado en voz baja. Si nos cupiera algún mérito, que no lo pretendemos, éste residiría en la sola contingente audacia de su publicación.