sábado, 11 de agosto de 2007

EL MISTERIO DEL LABURANTE. Por Oscar Valletto.


Juan Pablo II dentro la enorme herencia con que obsequió al mundo católico, ha dejado la de los cinco Misterios Luminosos del Rosario, para sumarlos a los ya quince tradicionales –Gozosos, Dolorosos y Gloriosos-. Con esta buena nueva para la devoción de los fieles, se amplió para la meditación diaria la secuenciación de la vida de Jesús y de la historia de la salvación cristiana. Pero a más de un devoto, y a los no devotos que tienen interés por las manifestaciones de las religiones, les puede llamar la atención lo siguiente: en estos veinte momentos –Misterios- hay un bache de por lo menos dieciocho años de la vida oculta de Jesús: el de Jesús laburante. En efecto, del Quinto Gozoso –Jesús niño en el templo entre los Doctores de La ley- (a los 12 años), se pasa al Primero Luminoso: el Bautismo de Jesús (a los 30, más o menos). Resta entonces un vacío que abarca por lo menos esa importante mitad de su vida. Por descontado que en el nivel en que se resuelven estas cuestiones del culto, no se puede hablar ni de que haya habido olvido u omisión: tienen que haber profundas argumentaciones en el orden que le competen a estas decisiones (teológicas, apologéticas, didascálicas…). ¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?, les dice Jesús a José y María cuando lo encuentran en el Templo deslumbrando a los Doctores. Pero el hecho es que no permanece allí, sino que se va con ellos a su casa, y por mucho tiempo, para ocuparse de las cosas de su padre –adoptivo-, aprendiendo y practicando su oficio, trabajando, porque en definitiva ésa era la manera de ocuparse, sobre todo, de las cosas del Padre –Celestial-. El feligrés de abajo, del pueblo, que está entregado al sudor de procurarse el sustento cotidiano y quizás no cercano a la sombra protectora de la jerarquía, siente, por qué no, que en esta hermosísima devoción que es la del Santo Rosario, un misterio se ha obviado haciendo silencio al Carpintero. Jesús, que no se formó en la escuela de los Escribas, tuvo tres grandes maestros: la Naturaleza, el Libro y el Trabajo. Fue un laburante hijo adoptivo de un laburante. Sus manos, las que bendijeron a los pobres, acariciaron a los niños, que curaron a los leprosos y a los ciegos, que fueron traspasadas por clavos sobre el madero, primero se encallecieron y se empaparon con el sudor del trabajo: la carpintería, una artesanía, manual, compenetrada de la vida del hombre. Como dijo Givanni Papini: Es el arte manual más inocente y religioso. El Guerrero degenera en Depredador, el Marinero en Pirata, el Mercante en Aventurero. Pero el Chacarero, el Albañil, el Carpintero, no traicionan, no pueden traicionar, no se corrompen: manejan la materia más familiar y deben transformarla, delante de los ojos de todos, para el servicio de todos, en obra visible, concreta, verdadera. En su juventud, el carpintero Jesús, estuvo en medio de aquellos enseres producidos por él en comunicación y comunión con la íntima vida sagrada de los hombres: la de la casa. Mesas, camas, cunas, el armario, la masera, sillas, ventanas y puertas… No fue un administrador, fue un laburante; por eso cuando se entregó de lleno a la vida pública, fue el obrero de la Buena Nueva. Como nos escribió el P. Juan J. Ribone: Jesús de Nazaret ha sido un hombre de trabajo; compartió en todo la condición humana, menos el pecado, también el trabajo…Nos enseña el valor, el reconocimiento y el respeto por el trabajo humano. Supo, Jesús, que vivir significa transformar las cosas inertes en cosas vivas, útiles y preciosas que van en auxilio del hombre. De allí, por extensión, de un desdichado ladrón, de una pobre prostituta, de un odiado cobrador de impuestos, de humildes pescadores, pudo hacer ciudadanos del cielo. Vale, conforme con esto, que la modesta y el modesto laburantes, que aceptan contentos el yugo diario del trabajo, se puedan encontrar con Dios rezando y meditando, extraoficialmente, el MISTERIO DE JESÚS LABURANTE, no solamente el 1 de Mayo sino todos los días del año, porque seguro, segurísimo, que la Iglesia que es madre, no solo no los recriminará sino que los aceptará complaciente.